Todo esto lo saque de la web de Nucleo Terco, en ella podéis leer el resto de las historias.

Sobre el comienzo de la guerra recuerdo la ceremonia en la escuela de la última campanada, de término del décimo grado, cuando de pronto entra en la sala de clases un muchacho gritando: “Estalló la guerra”. Todos corrimos hasta el comisariato militar para ser alistados y enviados al frente...
Masha, o sea, María era sumamente delgada, y nadie la tomaba en serio siquiera. Algo así como el “patito feo”. ¿Acaso era posible encomendarle algo de cuidado? Pero cuando en 1942 en Stalingrado se requirieron voluntarios para cruzar el Volga, congelado a medias, y arrastrar a los heridos y llevarlos al hospital, al otro lado del río, Masha fue junto con una amiga la primera que se propuso para esa tarea.
Aquello era, sabe usted, muy terrible y pesado y maldecíamos a todo en el mundo. Estuvimos gimiendo todo el camino. El día era nublado, con ventisca y caía una nieve tenue. Cruzamos el río, entregamos el herido al hospital y luego dormimos un día entero, pues nos dolía todo el cuerpo...
Cuando María y su amiga retornaron a la unidad militar el jefe condecoró a ambas con la medalla “Al mérito militar”.
Tengo la medalla mayor, la mas dura y penosa, “Al mérito militar”. Pero me enorgullezco de ella, pues la obtuve a fuerza y lágrimas. Fue algo increíble. Aquel herido era un capitán, subjefe de una compañía de tanques. Yo lo saqué del tanque en llamas... Para ello entré en el tanque por la escotilla inferior, lo saqué y estuve sola arrastrándolo mucho tiempo. Ustedes me preguntan, de dónde pude sacar tantas fuerzas y no lo sé. En tanto el herido blasfemaba y lloraba. Había que vendar al herido, pero cómo distraerlo. Yo le prometía la luna frita del cielo. Por qué, no lo sé... Pero después, a casi todos los que le decía eso comenzaban a pensar en lo de la luna frita que había que tomar del cielo... Por un momento el herido guardaba silencio. Yo necesitaba sacar al herido del estado de conmoción síquica. Y la verdad es que con frecuencia lo lograba. Posteriormente, unos cuantos heridos a quienes ayudé me encontraron justamente por la señal de la luna frita...
[...]
En efecto, había muchos combatientes heridos que era necesario salvar. Y aquella sacrificada labor recaía sobre los frágiles hombros femeninos. María Koval continúa hilvanando sus recuerdos.
Entre los tanquistas existía una regla invariable, la de ayudarse mutuamente, de sacar al herido del tanque, ubicarlo junto al vehículo descalabrado, mientras que nosotras teníamos que vendarlos y ocultarlo en algún refugio. Pero no solo teníamos que arrastrar al herido, era obligatorio tomar consigo su arma. ¿Qué difería a nuestro ejército de los otros? Ellos abandonaban sus equipos, sobre todo los fusiles y metralletas. Nosotros no lo hacíamos.
Durante mucho tiempo fui simplemente soldado, recuerda María Koval. Luego fui ascendida a soldado de primera y con el tiempo llegué a sargento de primera.
María Koval terminó la guerra en Praga en mayo de 1945. En el frente contrajo matrimonio con el jefe de una batería. Entonces se acostumbraba emitir una orden especial nivel de regimiento con el texto siguiente: “A partir de la fecha tal considerar marido y mujer a etcétera etcétera” . Aquello ocurrió el 5 de febrero de 1945. Tan solo un año mas tarde, en febrero de 1946 registraron su matrimonio en el palacio de Viena de Franz Iosif. No hubo una fiesta de boda como tal: bebieron un poco con unos pocos amigos con quienes celebraron el acontecimiento. En junio de 1946, María dio a luz a una hija en Austria, en la enfermería de su unidad. Todos comentaban que Chelita estaba dando a luz, porque a María le encantaba la famosa canción de entonces titulada “Chelita”.
Luego de pasar las duras pruebas de la guerra María Koval retornó a la vida normal. La enfermera y sargento de primera formó a dos hijas y hoy día tiene a tres nietos que aman a su abuela. María Koval vive en la ciudad de Podolsk, de la región de Moscú. Y, en Europa, hay dos ciudades mas que la distinguieron con el titulo de Ciudadana Honoraria, Rokiziani, de la República Checa, y Dobrush, de Bielorrusia.
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